Tengo algunos años que ando en busca del
Unicornio, todavía no sé si lo vaya a encontrar. Hace tres meses comencé una
aventura que daba vueltas en mi cabeza. Escribir una historia infantil en donde los protagonistas de
la historia son una niña fotógrafa, un conejo y la busqueda del un unicornio. Inventó historias que me tranquilizan, me adormecen ante la
realidad que vivo.
Recuerdo todavía el día que la conocí, su
presencia me impuso desde un principio, apenas tenía una semana en la escuela
de periodismo y ya quería un ensayo tipo tesis. ¿De que diablos me estaba
hablando?.
Para la siguiente clase no regresó, se había
lastimado un pie y en sustitución llegó otra maestra. Me sentí aliviada y
feliz, en ese semestre ya no la vería.
En esa época no me interesaba escribir, yo solo
quería hacer imágenes.
Para mi quinto y sexto semestre, regresó y
entonces conocí sus maravillosas clases, su carisma, su irónico sentido del
humor y su exigencia extrema.
Era el año de 1998, una semana después de la
muerte de mi padre, pude regresar a la escuela, había faltado durante tres
semanas, estaba agotada, triste y confundida.
Al verme entrar y acercarme al escritorio
para explicar mi situación, solo me alcanzó a decir que no me preocupara por
las faltas y los trabajos de la escuela. Me quede perpleja y agradecida, se
había convertido en mi amiga.
Terminé la Licenciatura en Periodismo por la
Escuela Carlos Septién García, paralelo a mi formación, estudié fotografía y
trabajé un par de años en una agencia de fotoperiodismo.
Dos años después regresé a la Septién como
Titular de la materia de Fotografía. Ella continuaba de maestra. Eramos colegas, pero nuestra relación cambió,
durante un tiempo me escondí de ella, no deseaba encontrarla en los pasillos. Nunca olvidaré que me gritaba de piso a piso que ya me
titulara.
Habían pasado cinco años y yo no tenía mi Título
de Licenciatura, así que ante tal
situación y harta de que me exhibiera. Comencé mi historia de mi tesis con mis imágenes de las madres
adolescentes. Pude titularme, su
valiosa asesoría y ayuda fueron imprescindibles para mí.
Hace poco a mi regreso de Los Angeles, la
busqué, tenía males del corazón y
nuevamente alivió mi
malestar. En esa visita me enteré
que le gustaban los unicornios.
Desde diciembre había estado enferma, cuando nos vimos, se había recuperado un
poco, tiempo después tuvo una recaída y hace un mes falleció.
Esa noche fui a su sepelio, mi alma estaba triste
y al mismo tiempo reclamaba el por
qué se había ido.
Al acercarme a despedirme en su ataúd alcancé
a ver su rostro lleno de paz y tranquilidad. De su cuello colgaba un dije de unicornio, me quede
maravillada, todavía recuerdo su forma y color, en ese momento mi tristeza
desapareció.
La coincidencia de las personas que conocemos
y se cruzan en nuestra vida es para aprender. Las casualidades no existen,
estoy tan agradecida y feliz de haber conocido a mi Maestra Cecilia Porras.
Cada uno busca el unicornio a su manera, yo
creo que ella ya lo encontró. Mientras, yo seguiré inventando historias.