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domingo, 15 de septiembre de 2013

Cecilia y el Unicornio

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Tengo algunos años que ando en busca del Unicornio, todavía no sé si lo vaya a encontrar. Hace tres meses comencé una aventura que daba vueltas en mi cabeza. Escribir una historia  infantil en donde los protagonistas de la historia son una niña fotógrafa, un conejo y la busqueda del un unicornio. Inventó  historias que  me tranquilizan, me adormecen ante la realidad que  vivo.
Recuerdo todavía el día que la conocí, su presencia me impuso desde un principio, apenas tenía una semana en la escuela de periodismo y ya quería un ensayo tipo tesis. ¿De que diablos me estaba hablando?.
Para la siguiente clase no regresó, se había lastimado un pie y en sustitución llegó otra maestra. Me sentí aliviada y feliz, en ese semestre ya no la vería.
En esa época no me interesaba escribir, yo solo quería hacer imágenes.
Para mi quinto y sexto semestre, regresó y entonces conocí sus maravillosas clases, su carisma, su irónico sentido del humor y su exigencia extrema.
Era el año de 1998, una semana después de la muerte de mi padre, pude regresar a la escuela, había faltado durante tres semanas, estaba agotada, triste y confundida.
Al verme entrar y acercarme al escritorio para explicar mi situación, solo me alcanzó a decir que no me preocupara por las faltas y los trabajos de la escuela. Me quede perpleja y agradecida, se había convertido en mi amiga.
Terminé la Licenciatura en Periodismo por la Escuela Carlos Septién García, paralelo a mi formación, estudié fotografía y trabajé un par de años en una agencia de fotoperiodismo.
Dos años después regresé a la Septién como Titular de la materia de Fotografía. Ella continuaba  de maestra. Eramos colegas, pero nuestra relación cambió, durante un tiempo me escondí de ella, no deseaba encontrarla  en los pasillos.  Nunca olvidaré que  me gritaba de piso a piso que ya me titulara.
Habían pasado cinco años y yo no tenía mi Título de  Licenciatura, así que ante tal situación y harta de que me exhibiera. Comencé mi historia de mi tesis  con mis imágenes de las madres adolescentes. Pude titularme,  su valiosa asesoría y ayuda fueron imprescindibles para mí.
Hace poco a mi regreso de Los Angeles, la busqué,  tenía males del corazón y nuevamente alivió  mi malestar.  En esa visita me enteré que  le gustaban los unicornios.
Desde diciembre había estado enferma,  cuando nos vimos, se había recuperado un poco, tiempo después tuvo una recaída y hace un mes falleció.
Esa noche fui a su sepelio, mi alma estaba triste y al mismo tiempo  reclamaba el por qué se había ido.
Al acercarme a despedirme en su ataúd alcancé a ver su rostro lleno de paz y tranquilidad.  De su cuello colgaba un dije de unicornio, me quede maravillada, todavía recuerdo su forma y color, en ese momento mi tristeza desapareció.
La coincidencia de las personas que conocemos y se cruzan en nuestra vida es para aprender. Las casualidades no existen, estoy tan agradecida y  feliz de haber conocido a mi  Maestra Cecilia Porras.
Cada uno busca el unicornio a su manera, yo creo que ella ya lo encontró. Mientras, yo seguiré inventando historias.